Llamamiento urgente: No más persecución religiosa en Nicaragua

POR TEO A. BABUN

Este artículo de opinión fue publicado inicialmente por El Nuevo Herald el 20 de diciembre de 2024. Puede ver la versión orgiginal aquí.

Al entrar en un nuevo año, aquellos de nosotros que apreciamos el derecho fundamental a la libertad de religión o creencia no debemos cerrar los ojos ante el calvario al que se enfrentan las comunidades religiosas en Nicaragua bajo el régimen autoritario de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

El implacable asalto a la libertad religiosa ha alcanzado un punto álgido, y el mundo debe responder con firmeza.

Durante las recientes Navidades, el mundo celebró la paz y la buena voluntad, pero en Nicaragua, 15 sacerdotes católicos, entre ellos dos obispos y tres seminaristas, fueron detenidos o desaparecieron forzosamente a manos de la policía de Ortega.

Su paradero sigue siendo desconocido, su estado de salud incierto y no se han presentado cargos formales contra ellos.

Entre estas valientes personas se encuentra Monseñor Carlos Avilés, vicario general de la archidiócesis de Managua, que sufre de diabetes y la hipertensión.

Su frágil salud pende de un hilo, y el temor a que perezcan durante su detención es una cruda realidad.

Mientras tanto, Monseñor Rolando Álvarez, obispo de la diócesis de Matagalpa, languidece en prisión, donde ha pasado más de 500 días.

Cumple una condena de 26 años, injustamente condenado por cargos absurdos solo por criticar las numerosas violaciones a los derechos humanos del régimen de Ortega.

Fotografías recientes del obispo Álvarez publicadas por el régimen revelan una figura angustiosamente delgada y pálida, sin duda resultado de los malos tratos que ha recibido en la cárcel, donde se le ha mantenido aislado y privado de luz natural.

El descarado desfile de Monseñor Álvarez por parte de Ortega es una cruel burla a las peticiones de su liberación.

Pero no es solo la Iglesia católica la que sufre. Las iglesias protestantes han visto cómo sus escuelas y organizaciones benéficas han sido clausuradas o confiscadas, y el mes pasado 11misioneros evangélicos fueron detenidos por cargos infundados de lavado de dinero.

El alcance represivo del régimen se está extendiendo, estrechando el cerco sobre todas las comunidades religiosas, incluso aquellas con las que antes mantenía relaciones más bien amistosas.

En medio de esta crisis, algunos miembros de la comunidad internacional han expresado su condena.

Este mismo año, el Papa Francisco ha expresado su profunda preocupación en dos ocasiones, y el Secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, designó hace unos días a Nicaragua como “país especialmente preocupante” por sus violaciones especialmente graves de la libertad religiosa, una categoría establecida por la Ley de Libertad Religiosa Internacional de 1998.

Nicaragua se une en esta lista a infractores notorios como China, Cuba, Corea del Norte y Arabia Saudí.

Además, el embajador general de Estados Unidos para la Libertad Religiosa, Rashad Hussain, ha instado a Ortega por la liberación de todos los presos religiosos y ha denunciado como“extremas” las restricciones a la libertad religiosa de los nicaragüenses.

En Estados Unidos, los legisladores están tomando medidas a través de la ley bipartidista Restaurando la Soberanía y Derechos Humanos en Nicaragua, presentada por el senador Marco Rubio (R-Miami).

Esta legislación busca responsabilizar a Ortega ampliando las sanciones a los violadores de los derechos humanos y apoyando al Grupo de Expertos en Derechos Humanos de las Naciones Unidas sobre Nicaragua, documentando las atrocidades del régimen desde 2018.

Una declaración clara de condena y preocupación por esta terrible situación por parte del Presidente Joe Biden, un católico, sería bienvenida.

Nicaragua puede parecer indiferente a la presión internacional, pero hasta los estados parias tienen vulnerabilidades.

La reciente detención y exilio forzoso de la familia que dirige Miss Nicaragua podría ser un signo de desesperación. No podemos permitirnos mirar hacia otro lado ni cejar en nuestros esfuerzos. Ortega debe sentir el peso de las consecuencias si persiste en este camino sin ley.

Ante el agravamiento de esta crisis de persecución religiosa, debemos permanecer juntos,unidos en nuestra determinación de proteger el derecho fundamental a la libertad religiosa en Nicaragua.

Ha llegado el momento de actuar con firmeza para apoyar al pueblo nicaragüense.